miércoles, 28 de julio de 2010

LA MONEDA MILAGROSA, por David Hernández (411)

Hubo una vez un hombre bondadoso y rico que tenía 100 años de edad y como ya se sentía muy cansado pensó dejar a cargo de sus cosas a alguna persona inteligente y honesta. Meditando un día su decisión y las ganas que tenía de no equivocarse en ello, un buen amigo le dio un consejo:


La próxima vez que vendas algo, cuando des el cambio, entrega como por descuido la moneda del menor valor. Aquel que te la devuelva sabrás que es honrado.

El hombre rico agradeció el consejo, y pensando que era una buena idea y sencilla de realizar, decidió ponerla en práctica. Lo que no contaba era que uno de los presentes, un vecino que le envidiaba enormemente, contrató a una bruja, a quien le encargó encantar las monedas que poseía el anciano para que cualquiera que las mirara, viera en ella aquello que más quisiera en el mundo. Confiaba en que nadie devolviera la moneda y el viejo se llegara a desesperar, y entonces dejaría a un sobrino suyo administrar todos sus negocios.

Todo resultó según lo planeado, y ni uno solo de los que hablaron con el anciano fue capaz de devolver la triste moneda. Casi rendido en su intento por encontrar a alguien honrado, su envidioso vecino aprovechó para enviar al sobrino advirtiéndole que devolviera la moneda. El sobrino fue decidido a hacerlo, pero al ver la moneda, vio en ella las posesiones preciadas de su tío, y creyendo que todo lo que le había contado era un engaño, se marchó con su inútil moneda y su avaricia.

El anciano, deprimido y enfermo, decidió llamar a sus sirvientes antes de morir, y les entregó algunos bienes para que pudieran vivir libremente cuando él no estuviera. Entre ellos se encontraba uno muy joven aún, al que entregó una de aquellas pequeñas monedas por error. El joven, puro de corazón, vio en lugar de la moneda una poderosa medicina que curaría al pobre señor, pues aquello era lo que más quería en el mundo, y según la vio, entregó la moneda de nuevo diciendo:

"tome, señor, esto es para usted; seguro que con esto se sentirá bien".

Y cuál fue el caso, que aquella simple moneda actuó como una cura, pues el anciano brincó de alegría al haber encontrado por fin alguien honrado, y le llenaba de gozo comprobar que siempre había estado en su propia casa. Y entonces, el joven sirviente pasó a administrar con gran justicia, generosidad y honradez todos los bienes del señor.

FIN

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